"No hay, por desgracia, una correlación entre la inteligencia y la decencia;
el genio y el idiota son susceptibles por igual a la corrupción. (...) El día
después de la Noche de los Cristales Rotos de 1938 (...) paseé por las ruinas
ardientes de una sinagoga de Berlín y mi única reacción fue sentirme
estéticamente ofendido por los escombros que inundaban la calle. Eso era
todo: sólo me ofendía la suciedad. El recuerdo de ese día es uno de los más
dolorosos de toda mi vida."