No era una pesadilla, aunque, según su parecer bien lo podría
haber sido; por primera vez estaba él solo frente al espejo. Él y nadie más,
nadie a quién juzgar, nadie a quién sacar defectos o virtudes, solo él. Y, aunque le daba pavor la idea de mirarse,
llegado el momento tuvo que hacerlo. Comenzó por sus manos, eras las de un
monstruo se dijo, para mi eran perfectas, fuertes y duras pero algo delicadas a
la vez, claro que yo no veía lo que él; lo que había detrás. Pensó en cuanta
sangre habían derramado y, como respuesta, una punzada de culpabilidad recorrió
su cuerpo. Pero ese sentimiento desapareció cuando, sin poder soportarlo más, desvió
su mirada hacia su boca. Fría y despiadada daba voz a los pensamientos más
crueles que su mente podía crear, su verdugo particular; podía destruir a quién
quisiese en cuestión de segundos. Lo que nadie podía imaginar es cuan placer le
daba aquello, se detuvo un segundo más de lo esperado regocijándose en aquel
sentimiento cuando algo cambió; ¿Cómo había podido consentir terminar
convertido en eso?. Y como respuesta inconsciente sus ojos cambiaron de
dirección hacia su piel. La odiaba, lisa y perfecta, no había en ella rastro
alguno de cicatrices que pudieran adivinar los golpes y heridas que un día la
invadieron; culpables ausentes. Largo tiempo pasó frente a aquel espejo, torturándose.
Sabía como terminar con aquello pero no se veía capaz de hacerlo, tenía miedo
de lo que sus ojos pudieran reflejar, podía haber en ellos tantas cosas… ¿Y si
se había equivocado de camino?, ¿Y si en realidad no era lo que el resto de su
cuerpo condenaba? O si, ¿y si era todo aquello y más?, ¿Cuántos errores había
cometido?, ¿Cuántas oportunidades había dejado pasar?, ¿Había cumplido con los
designios que le marcaban su destino o se había equivocado en sus decisiones?. Inmerso en sus pensamientos, en sus
miedos y fantasías el tiempo se hizo infinito, pero no él, que acabo consumiéndose.