Ya no te siento.
Recuerdo tu mano junto a la mia,
nuestro abrazo eterno
y el alma a los pies,
pero no consigo echarte de menos.
Te he visto decir mi nombre en voz baja
para que nadie pueda escucharlo,
ni siquiera tu,
-porque no te atreves-,
y me da igual.
La felicidad,
cabezona,
sigue en el lugar donde nos dijimos adiós,
esperando,
por si se nos ocurre volver.
Pero pasamos de largo una y otra vez,
fingiendo no verla.
Ni sentirnos.
Así somos,
tu, un cobarde, ¿y yo?
Una mentirosa que lee a Neruda fingiendo encontrarse.
Solo porque ya no están tus ojos para hacerlo.